S y yo


S y yo

 (AND NOW FOR SOMETHING COMPLETELY DIFFERENT)

(Por Guillermo Coll Ferrari)

A VERY PERSONAL AFFAIR

Si la Literatura fuera una Religión, William Shakespeare sería, probablemente, el Profeta, el dios al que habría que imitar.  Según la Biblia, Dios nos creó a su imagen y semejanza. Asimismo, Shakespeare creó los personajes que los escritores posteriores tratarían de reproducir. En mi vida personal, la Literatura se ha definido como una de mis tres grandes pasiones (luchando por el primer puesto junto al sexo y dejando el tercero a la cocina), se ha convertido en esa mujer a la que le cantaría aquel “si tú me dices ven, lo dejo todo” pero a la que me he enfrentado, hasta el momento, tanto desde la perspectiva crítica como creadora, con timidez y de puntillas.

Cuando, a los ocho años, doña Paulita, nuestra “seño”, en clase de Historia nos contó el enfrentamiento entre Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastámara y de la forma que tuvo de resolverlo Bertrand Duguesclin, inmediatamente lo asocié con el mito de Caín y Abel. Yo tenía 8 años, pero ya me obsesionaban los mitos que mi madre, filóloga de clásicas y bíblicas, me contaba intercalándolos a los cuentos de Grimm. Una década más tarde, con 17 o 18, leí a Shakespeare (en la versión de Luis Astrana Marín, de la editorial Aguilar) y, curiosamente, lo que más me interesó, aparte de las grandes tragedias, fueron los dramas históricos. Tanto que, un buen día, decidí escribir yo uno y empecé a documentarme. Después de haberme estudiado las crónicas de Pero López de Ayala y de Jean de Froissart, así como toda lectura que cayó en mis manos que tratase el período comprendido entre 1350 y 1369, comencé a escribir un mega-drama de más de cien páginas, completamente irrepresentable, de cinco actos, cinco entreactos, prólogo y epílogo que terminaría varios años después. La obra, mirándola en retrospección, es una obra de juventud, con mucho entusiasmo, muchas pretensiones y … eso, de juventud, pero tiene mucha influencia de Shakespeare, y de Marlowe, y es, a fin de cuentas, el principio de una pasión literaria, tanto por el lado de la creación como por el lado de la Historia de la Literatura. No sé si Shakespeare será o no la Invención de lo Humano, pero sin duda, en cierto modo, es la Invención de una parte de mí. Por eso he decidido ir hacia algo completamente diferente a lo que se espera de un magister en estudios literarios y, respondiendo a la idea sobre la influencia de Shakespeare en una obra dramática moderna, me he centrado en mi propia obra, no por vanidad, sino, todo lo contrario, por continuar el homenaje a deidad literaria.

TRASTÁMARA, DRAMA HISTÓRICO

Lo primero de todo, el título de la obra es “Trastámara, tragedia en cinco actos, cinco entreactos, prólogo y epílogo”, tiene ya connotaciones irónicas. Por un lado, es fiel a la división en las obras de Shakespeare y Marlowe en cinco actos, pero todo lo demás tiene la intención de romper con este molde. “No se puede hacer nacer a un niño muerto” decía Kandinsky al principio de su “De la Espiritualidad en el Arte”. Por otra parte, “Trastámara”, no fue concebida como tragedia propiamente dicha, sino, como hemos dicho antes, como drama histórico. Al añadir los tintes cómicos y cínicos del prólogo y del epílogo, la posibilidad de lo trágico desaparecería por completo.

La obra comienza con un prólogo que no estaba  previsto en la “proyección” de la novela y que fue añadido en último lugar, criticando las guerras y, sobre todo, las civiles: “Las guerras sin buenos ni malos son aburridas de por sí. Es como un partido de fútbol entre equipos japoneses; si no te impregnas de colores, la guerra y el partido carecen de sentido”. El autor, del cual hablaré en tercera persona ya que el tiempo transcurrido hace que ni él sea yo ni yo sea aquel, pretendía incorporar aspectos clásicos (prólogo + coro), ya existentes en obras como “Henry V”, desde una perspectiva modernizada. Probablemente, y tal vez por el hecho de ser lo más tardío de la obra, es, junto al epílogo, la  parte más conseguida de la misma.

El Acto I comienza con unos criados que, con lenguaje coloquial,  nos narran los acontecimientos anteriores a la escena, en lo sucesivo, estos personajes darán cuenta de los chismorreos de la corte. Ya la escena II comienza con un soliloquio de Fadrique, hermano gemelo de Enrique, lamenta la ejecución de su madre por parte de su medio-hermano Pedro I, quien acaba de llegar al trono. El soliloquio es interrumpido por la entrada Enrique y Tello (también su hermano). La idea original era que cada personaje representase un pecado capital, ya que, salvo la gula de la Reina María, todos los demás parecen sustentarse en las crónicas y que les llevará a su perdición (Pedro, la ira; Fadrique, la soberbia; Enrique, la envidia; Tello, la pereza; María de Padilla, la lujuria, asignada así por la cultura popular que no veía con buenos ojos su relación con el rey; Simón Levy, el tesorero real, la avaricia). Con esto pretendía, el autor, imitar las pasiones de los principales personajes shakesperianos de las tragedias más conocidas: Othello, los celos; Hamlet, la duda; Romeo, el amor; Lear, la soberbia (¿o la estupidez?); Macbeth, la ambición… En defensa del autor debo decir que, sin conocer una palabra sobre la teoría de la post-modernidad (por aquel entonces, a principios de los 90, era tan sólo un estudiante de Económicas), ya incorporó intertextualidad sacada de las propias crónicas de López de Ayala, cuando las palabras de uno u otro personaje estaban allí retratadas (casi siempre como transcripción de una carta o de un testigo presencial). La obra se desarrolla tratando de ser fiel a las crónicas (al menos tratando de no desmentir nada que se encuentre en ellas) y desarrolla la tragedia de todos y cada uno de los personajes. Al lado de Enrique se encuentra La Muerte. La Muerte como icono medieval (en la propia obra, al final de la misma, el autor hace una alusión directa a la película “El Séptimo Sello” de Ingmar Bergman, donde aparece el mismo personaje), pero la Muerte personalizada es también parte de la presencia de lo sobrenatural que encontramos en Shakespeare: La Muerte ayuda a Enrique a cambio de que se encuentren diez años después en el mismo sitio (Enrique verdaderamente murió en la Rioja, donde aparece el siniestro personaje, diez años después de la famosa batalla de Nájera).

Los entreactos representan las almas de los personajes en el infierno, tratando de reflexionar sobre la existencia de Dios o la trascendencia de sus acciones, intentan dar una visión existencialista sobre la tragedia, sobre qué habría después de la muerte de un Hamlet, un Romeo o un Othello. Aunque, a primera vista, puedan parecer menos Shakesperianos, siguen la misma línea trágica pero vista desde una perspectiva más nihilista, de la misma manera que Jarry, Ionesco o Beckett reflexionaron sobre ello. La influencia de Shakespeare en todos ellos es inevitable. El autor de Trastámara era consciente de ella y quiso plasmarla, matizada a través de la interpretación de estos autores, en su obra.

 

LOS PERSONAJES

Teniendo en cuenta la voracidad con la que el autor leía las obras de Shakespeare en aquella época (según su propio testimonio, durante más de un año y medio no leyó otra cosa que obras de teatro, entre ellas al menos una veintena de Shakespeare y tres más de Marlowe, fascinado por la posibilidad de que ambos autores pudieran ser la misma persona), todos los personajes tienen algo de influencia shakesperiana. Así pues, Enrique bebe de la ambición de Macbeth y de Claudius, pero siempre enmarcado dentro del contexto histórico del Henry Bolingbroke de Richard II, un villano frío y calculador, lleno de cinismo. Pedro es, claramente, un Macbeth – Othello, sanguinario y celoso, un villano más visceral, más sentimental. Fadrique es una mezcla de Hamlet y Romeo, un hombre haciendo equilibrismos entre el bien y el mal, entre el amor y la venganza. Tello es el lado oscuro de Hamlet, el indeciso, el partidario de la no-acción. Simon Levy es Shylock, no está tan desarrollado como Shylock, claramente, es más un Barrabás Marlowiano, pero en esos dos tiene su origen (siempre contrarrestándolo con el personaje histórico) además, claro está, del Euclión de Plauto, padre de los tres. Blanca de Borbón, personaje inocente, como Desdémona, Ofelia y Julieta, cuyo único pecado es el enamorarse de la persona equivocada y romper las reglas establecidas y, como ellas, víctima de la intolerancia.  Faltan otros dos personajes para enlazar la obra, tomados también de Shakespeare, pero ya mezclados con otros autores: Leónidas, el criado (reminiscencias a Yago y Falstaff pero más extraído del teatro español del siglo de oro) y la Muerte, el personaje sobrenatural tan recurrente en Shakespeare (generalmente en forma de fantasma), pero con una carga cínica entre medieval y contemporánea al mismo tiempo.

 

 

LOS SOLILOQUIOS

Los soliloquios son uno de los principales homenajes a Shakespeare en la obra. Las referencias a Shakespeare se repiten a menudo. Por poner algunos ejemplos:

Ya en la escena III del Acto I, Enrique recuerda al archifamoso soliloquio de Hamlet, con un tratamiento de verbos infinitivos continuado: “To be or not to be (…) To die, to sleep; To sleep: perchance to dream”: “Quiero violar todas las normas, explorar todos los valles, los montes, las cuevas, los ríos y los pantanos que domine. Volar, soñar, luchar; morir y descansar; sentir y conocer; despertar”.

Inmediatamente después, en la siguiente escena, Fadrique continúa meditando sobre la venganza, de la misma manera que habría planteado el propio Hamlet, pero más decidido al acto en sí, dudando, esta vez, de las consecuencias del mismo: Venganza. Acabar de un tajo con la tiranía de un hermano y comenzar con la de otro. A cambio, poder, tierras, riqueza… todo ello en nombre de la venganza (…) Mi misión es la venganza, y si mi hermano pretende mutilar el cuerpo del rey, yo mutilaré su alma para que su odio por mí perdure en la eternidad. Aquí vemos cómo el objetivo de Fadrique es condenar el alma de Pedro, no quitarle la vida, de la misma manera en que Hamlet duda sobre si asesinar o no a Claudius mientras éste reza, porque entonces su alma se salvaría. Este soliloquio parece retomarse en la escena VI del acto II cuando siente remordimientos por las consecuencias de haber seducido a Blanca de Borbón, ya que sabe que Pedro será implacable con ella.

En la escena IV del acto III hay un soliloquio de Samuel Levy, pero es más Euclión que Shylock: Las guerras han de servir para alguien, ¿no es así Samuel? El dolor candente del acero ha de calmarse con el frío placer del oro. El oro. Mi oro. Los ejércitos hay que pagarlos, mi señor. ¡Pues paga!. Y el pagar tiene su precio ¿no es así, tesoro mío? (abraza el cofre). Tú sí que das el poder. ¿Qué importa tu nombre si puedes grabarlo con letras de oro? Mi fuerza es el peso de este cofre, y casi soy más rico que el propio rey. Pronto sólo yo tendré el poder de mantener a este o de coronar a aquel. Samuel Levy es un villano más plano, como el Vil Lupo de la Spanish Tragedy de Kyd, aunque rozando lo cómico. El tono dramático del judío lo pondrá La Paloma en el Acto IV escena III cuando se dirige a Enrique  diciendo: “Llévate tu reino y tu dinero; así no se conquistan más que abismos. Todo el odio del mundo lo centráis en nuestra religión, en nuestro nombre y nuestras costumbres. Si a quién más odiáis es a vuestra propia sangre, por quien habéis levantado a todos los pueblos de la tierra en armas, por quién segaréis la vida de otros cristianos semejantes a vosotros. Pero no, al margen de vuestro odio hacia vosotros mismos, prevalece el odio por los que os son diferentes. Así, ¿a quién aman los de tu especie?”

En el Acto III, escena V de “Trastámara” se desarrollan los últimos minutos de vida de Blanca de Borbón. Poco después, morirá envenenada por un ballestero. Esta escena, en su prisión, es un claro homenaje (y, como tal fue concebido) a la escena V del acto V de “Richard II” y, a su vez (como creemos fue en realidad la intención de Shakespeare), de la también escena V del acto V de “Edward II” de Marlowe, con la salvedad de que aquí no se representa el fin de un rey tiránico y ególatra, sino de una joven y hermosa princesa que apenas ha vivido, una víctima inocente del juego de tiranos que se traen los hombres a su alrededor. Ambos personajes masculinos se lamentan de su situación, comparando cómo fueron y cómo están. Blanca enfoca su situación de una manera distinta, pero es que ella es distinta: mujer, inocente y su re-creador, es de otra época. Las similitudes, como ya he dicho, eran necesarias; las diferencias, también.

El personaje de Shakespeare dice:

I have been studying how I may compare / This prison where I live unto the world: / And for because the world is populous / And here is not a creature but myself…

El de Marlowe:  They give me bread and water, being a king;      /  So that, for want of sleep and sustenance,  / My mind’s distempered, and my body’s numb’d,  / And whether I have limbs or no I know not.  / O, would my blood dropp’d out from every vein,    /  As doth this water from my tattered robes.

Mientras que la de Coll Ferrari, tratando ambos temas, los enfoca desde una perspectiva muy distinta: Esta prisión que ha de ser mi universo se vuelve cada vez más grande y mi alma más pequeña. Mi soledad se convierte poco a poco en una muchedumbre que no me deja respirar, esta oscuridad me deja ciega y mis pensamientos me desgarran su recuerdo. El amor me ha encadenado a un silencio mayor que el que aquí se escucha. Estas frías y duras paredes no son sino el reflejo de la ausencia de mi hijo y de su padre, de la única vida que quise vivir, el castigo a mi ingratitud. Iba a ser reina, bien, he aquí mi trono y mi castillo; mis súbditos, las ratas; mi dama de compañía, el más tosco carcelero de todas las mazmorras.

El Acto V empieza con una serie de soliloquios alternándose Enrique y Pedro, con la ambición y las ansias de victoria del primero y la decepción y actitud casi suicida del segundo, y termina con otro soliloquio, el de Leónidas, el criado, que viene a enlazar con el famoso “noise and fury” de Macbeth: Triste es el momento de descubrir que el asesino es víctima de la víctima encarnada en asesino. (…)  He aquí el cadáver de quien vivió como fiera y murió como hombre. Y allí marcha la fiera festejando su triunfo. Yo no entiendo el mundo.

En el epílogo, el coro vuelve al “To be or not to be”: Quien no mata duerme, y dormir, ya lo sabemos, es morir un rato.

 

CONCLUSIONES

Escribir un artículo sobre una obra propia es harto complicado. Por un lado, la imparcialidad, para bien o para mal, es imposible. Por otro, la imagen creada en la cabeza de lo que fue o debió ser importante, de lo que fue o no fue así como pensamos, supera la imparcialidad del texto que se aplica a las lecturas ajenas con mayor o menor éxito. Por otro lado está la comparación con Shakespeare, que para un bardólatra como yo anda, cuando poco, cerca de la blasfemia. Además, enfrentarme a una obra que, a pesar de llevarme más de seis años su composición, hacía al menos once que no la abría, ha resultado algo violento. Las ganas de meterle mano y modificarla junto al profundo pudor de enfrentarme a una obra, no sólo mía, sino mía y antigua, de cuando tan sólo era un estudiante en Económicas y la Literatura no pasaba de ser más que un molesto hobby por la cantidad de libros que se me acumulaban en la habitación y la poca relación que tenían a la hora de conocer a chicas, han de contenerse porque ahora el autor de este artículo no es el mismo que el de la obra, pero sí es el mismo al mismo tiempo. El tiempo es lo que separa a uno de otro. Trastámara fue mi primera obra larga, la primera seria. Desde  entonces no he dejado de escribir, con el Bardo como icono sagrado. Creo firmemente que todo aprendizaje lleva una importante carga de imitación. Nadie puede crear nada de la nada, y la mejor manera, en cualquier profesión, de llegar a ser un maestro, es aprender de los grandes maestros, imitarles a todos y cada uno de ellos y, poco a poco, empezar a mezclar esos ingredientes sagrados para encontrar nuestra fórmula. Lo mismo hacemos cuando aprendemos a escribir, copiando hasta la saciedad “En casa de un cerrajero entró la Serpiente un día, y la insensata mordía en una lima de acero” hasta que, un buen día, sea el cerrajero el que muerda a la serpiente y la lima la que se fue de casa; o en la cocina, copiando recetas de Simone Ortega hasta que empezamos a añadir nuestros toques especiales al marmitako o al roast-beef; o en Arquitectura, donde se buscan, para responder a un proyecto, referencias arquitectónicas que pudieran resolver el conflicto genérico y luego se adaptan al lugar, al problema concreto, etc… La imitación es la mejor, sino la única, manera de aprender, además de demostrar la adoración por un ídolo. Mi primer trabajo literario de relevancia fue imitar a William Shakespeare. Aunque Trastámara no pretenda pasar a la Historia de la Literatura y sea una obra inmadura hacia la que tengo sentimientos contradictorios muy extremos, también es el principio de un yo que, sin ella, habría seguido trabajando en una sociedad de inversiones bursátiles, leyendo el Expansión y el Cinco Días (los únicos periódicos que me pueden interesar menos que el Hola o el Marca) y el desarrollo personal en un sentido que, poco a poco se perfila como el único posible, a pesar de mi formación pluridisciplinar. La Literatura es y será siempre, mi amor verdadero y William Shakespeare, el gran maestro de los grandes maestros.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Dado la posibilidad de hablar con el autor de la obra en primerísima persona, la bibliografía es, prácticamente, innecesaria:

Coll Ferrari, Guillermo – Trastámara – Versión 1.0- Mecanoscrito facilitado por el autor

Marlowe, Christopher- Teatro – edición bilingüe de Aliocha Coll. Alfaguara, Madrid, 1984

Shakespeare, William – Obras completas – edición de Luis Astrana Marín. Aguilar, Madrid, 1978 (reimpresión)

Shakespeare, William – The Complete Works – Oxford Shakespeare, 1991. Edited by Stanley Wells and Gary Taylor

Shakespeare, William – Leopold Shakspere (Complete Works) – 1896. Edited by F. J. Furnivall

 

 

 

 

 

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